Bienvenidos

Bienvenidos a la realidad del mundo irreflexivo, bienvenidos a la orilla del mar nocturno con el que divago continuamente, bienvenidos al eterno nombre, a los sueños, a la luz, al tiempo. Bienvenidos...

domingo, 16 de noviembre de 2008

Herida

Herida.

Camino con mi herida, hoy duermo con mi herida. Desearía, igual que en sueños, poder desaparecerla. Sin embargo es un estigma luminoso que me llena de rabia, y me evidencia. Me señala ante ti, ante Dios y ante mí.
Frente a mis errores, y malas decisiones, salgo casi ilesa, sólo con esta herida: pequeña, roja, convulsa en sangre, situada justo en el centro de mi cuello, guardando los olores de la cobardía entre los sudores de la lucha…
Quisiera tenerte cerca, para que “cuando menos me llegara tu reproche a donde estoy”. Requiero tus palabras para tranquilizarme, anhelo tu consejo, tengo sed de tus ojos, y de la protección que brindan tus manos.
Ayúdame. Con tus besos acaso cicatrice pronto, sin que nadie la note, y en el silencio también pueda cicatrizar la herida de mi alma.
También quiero decirte que me perdones. He expuesto mi vida, la tuya, la nuestra, a una situación sin sentido. Vulnero nuestros lazos. Ignoro si me comprendas. Empero quiero que me abras los brazos y arropándome con el latido de tu corazón pueda cerrar los ojos, alejar las imágenes, silenciar los gritos, y sobre todo, quitar la imagen voraz y desesperada de asesinato que inundó mi cabeza, que embriagó mis músculos, mi boca, mis manos, mis ojos.
Tomé el cuchillo sin saber cómo, sólo lo recuerdo entre mis manos. Apreté su cuerpo con tal fuerza contra la silla, que sentía su jadeo desesperado ¡Cómo me satisfizo su posición de desventaja! Lo acerqué a su cuello, sentí su carne débil, trémula, agitada, y hundiendo lentamente el brillo argento que me cegaba como un reflejo, me sentí satisfecha hasta verle brotar sangre. Unas cuantas gotas. Escarlata perfecto. Sus ojos entornados. Su cuerpo cobrando fuerza. Mi debilidad inundando cada músculo. ¡La batalla campal entre mi deseo y mi conciencia!
Al final, los temores antiguos ganaron la batalla. Quedé exánime, indefensa, impotente. Mi cuerpo fue blanco de los golpes. Silencio. No podía hacer nada. Mi conciencia sólo pensaba, buscaba ayuda, te imploraba. Caí en la desesperación de quien no sabe cómo despertar del sueño. No lo creía, no lo creía. Sigo sin creerlo.
Sólo esta herida, mi herida, es signo que atestigua los hechos.
Tomé unas tijeras a sus espaldas, no supe qué hacer exactamente con ellas. No quería dañarle, tan sólo alejarlo, advertirle, asustarle. Prevenido las encerró entre mis manos, cortándome los dedos al deslizarlas suavemente hacia arriba y liberándolas, colándolas nuevamente en su sitio.
Mi herida, pequeña, escarlata, no está precisamente en mis manos. Eso no me ha dolido tanto. La herida de mi cuello, visible, convulsa, estigma de luz, es la que me hicieron tus labios.

1 comentario:

Unknown dijo...

Cuándo creí que tu estilo era simple, existencial, diurno, categórico, espiritual. De pronto el "ello" sobresale en las almohadas del "otro" en un estado sangriento. Tan real esa escena... tan real...