Ignoro dónde estás, ignoro cómo
estarás, qué calles transitas, si tu voz se difumina en eco o en sordo
silencio. Ignoro a dónde vas, qué persona te acompaña, la casa donde descansas,
el olor tan familiar de tu cuello. Ignoro, desde hace mucho tiempo, cómo estás,
y eso me pone más a la expectativa de escribir, de llamar, de volar, de
encontrarte.
En medio del silencio, llega
nuevamente tu voz. En la habitación fría, silente, azul, hay atrapado un
fantasma que me sigue como sombra, atado fuertemente a mi espacio. Por ello he
decidido emprender esta estrategia subversiva, de algún modo tendré que
encontrarte, para saber si estás bien, si eres feliz, si aún me recuerdas.
Sé que el tiempo ha marcado una
fuerte línea divisoria. Sin embargo, mis promesas y palabras pasadas emergen
frecuentemente, te llaman, me condenan, te señalan, me asedian. El único
abrevadero de tranquilidad lo encuentro con saberte cerca, bien, tranquilo,
feliz. Es mi deber imaginario escribirte, robarte una sonrisa. ¡Vamos! Sonríe un poco para mí,
tal vez ello me haga más fáciles estos días de soledad, de recuerdos y
divagaciones diurnas.
El principal problema de esta
odisea literaria, está en saber lo que debe ser correcto. Te escribo mucho, me
arrepiento de todo, como si las palabras adquieran para mí nuevas
responsabilidades, así que intento, y experimento nuevamente describir este
fuego de forma mesurada, tibia, dorada, no quiero llegar al rojo intenso que
aún queda dentro.
Si bien he de confesar que no me
arrepiento, que eres más que mi suspiro predilecto,
las noches de luna y trova, y todo aquello que no he podido encontrar en los
muchos otros nombres después de ti. Tal vez un poco de confesiones sirvan para
romper mis esquemas, y la palabra amar, que nunca se ha borrado del letrero de
tus puertas, acompañen esta aventura de adrenalina y suspenso.
Me agrada pensar que, pese a que
no lo digas o escribas, me recuerdas. Me agrada imaginar que tal vez piensas,
como yo te pienso, en estas noches largas, de preparación, abiertas a la
sensación de que los días pasados albergaron cierta magia particular, mientras
recorres las páginas antiguas de tus vuelos, llegadas y transbordes.
En estos muchos recovecos de tus
múltiples destinos tuve el placer de encontrarte. Brevemente. Casi una mirada
ínfima, el turbio fragor de una cerilla que es consumida en sí misma. Siempre
ha sido un placer volver a caminar tras tus pasos, aunque sienta que me duela
ya no tener las mismas fuerzas, ya no poder explorar en prosa o verso este
palpitar constante, aunque ya no acierte a saber si es bueno o malo lo que
atesoro de ti, si sea sabio o necio, prudente o desquiciado.
Más bien me dejo llevar por la
necesidad de encontrarte. Saber dónde estás, cómo estás o qué calle transitas.
Tengo más que no tan malas intenciones al abrirle paso al deseo de tenerte cara
a cara y volver a pronunciar tu nombre. Como una rosa en el mar, consumida por
el bravo de un grande espacio, está mi corazón en esta tarde de desquites y
rebeldías, haré un último intento de saberte, con el fin de tal vez no
encontrarte el mismo.