Bienvenidos

Bienvenidos a la realidad del mundo irreflexivo, bienvenidos a la orilla del mar nocturno con el que divago continuamente, bienvenidos al eterno nombre, a los sueños, a la luz, al tiempo. Bienvenidos...

domingo, 21 de diciembre de 2014

Sed

Momentos que se conforman como una canción a cuentagotas. A veces intento huir de esta exuberante realidad que me rebasa. Sólo deseo escuchar la canción reiterativa del mar. Me embriaga este silencio, este borde existencial, este reencuentro y despedida, una herida que nunca duele. Él se encuentra cerca, pero está lejos. Mis preguntas saben a sal. Sal que hiere en una sed que nunca quedará satisfecha.

miércoles, 30 de julio de 2014

Caminos y aves

Para Leonardo

Se llamaba Cristian. Todo él era la encarnación de la más bella rosa. En ese tiempo yo tenía 16 y mi ser era más bien algo salvaje, un grito de guerra, la palabra cuestionadora, un desafío. Él era un poema y su voz agradaba a los oyentes tanto como el trino de las aves a los amaneceres. La última vez que lo recuerdo estaba detrás de los muros del teatro, las paredes de piedra blanca acentuaban con más energía sus ojos verde olivo y su sonrisa. Él se acercó despacio y me dio un beso en la frente. Sólo murmuró “te quiero”. Yo guardé silencio, porque me había prometido a mí misma nunca usar esa palabra hasta estar completamente segura de entender los límites, la profundidad y la anchura de ese sentimiento. Allá lejos el mar cantaba. Era un jueves, día de clases de teatro.

Después todo pasó muy rápido. La noticia de su secuestro, un cuerpo en medio de algún camino, un funeral con rosas blancas, el vacío. Las clases a las que no regresé, para no vulnerar el recuerdo de unos ojos en los que hallé la profundidad de la oquedad marina. Sólo en el trance entendí los límites, la profundidad y la anchura de un sentimiento tan bivalente como inexplicable. Pero me prometí a mí misma nunca guardar en el silencio ninguna palabra que emergiera con fuerza de mis adentros.

Entonces comencé a escribir a todas horas, a todas las palabras, a cada sentimiento. Fue en ese entonces que se abrió mi vida a la poesía y todos los poemas eran mis poemas; y quedó develado ante mí el misterio de las piedras que nadie mira y descubrí la canción que se ocultaba en el mar y en las batallas cotidianas. Las palabras me abrieron caminos, en su libertad tenía la sensación de las aves que no temen transgredir fronteras ni cruzar tormentas en el mar atlántico.

En ese entonces mi vida aún tenía el sello de una fuente no develada. Todo era sencillo, el sentido de las cosas era diáfano y elemental como que al día siguiente todos esperábamos que amaneciera. Después todo pasó muy rápido. Las heridas, rencores, traiciones y mentiras, cada una de ellas como agudas cicatrices. Olvidé las canciones a través de las cuales tarareaba el sentido de las cosas y me alejé del mar.

Entonces elaboré constructos que acabaron siendo fortalezas infranqueables. Dejé de escribir y por lo tanto de encontrar en los ojos de las personas y en la risa de los niños la poesía. Después todo fue mucho más rápido. La escuela, el trabajo, las responsabilidades de la vida. Voluntariamente me entregaba al desgaste cotidiano y luchaba por llegar al fin del día sin fuerzas; quizá con la esperanza de aniquilar esa tentativa de abrir caminos y echar a volar aves que enfrentaran mis más oscuros huracanes. Me había prometido a mí misma nunca volver a escribir hasta de-construir los límites, la profundidad y la anchura de un beso en la frente y el suave murmullo de un te quiero a la coda de la vida.

Pero algo sucedió. Se llama Leonardo. Todo él fue para mí un regresar a la esperanza. En ese tiempo yo tenía 26 y mi ser seguía siendo más bien salvaje, un grito de guerra, la palabra cuestionadora, un desafío. Él compartió la ternura con la que se construyen puentes que franquean la guerra y banderas de paz en los caminos. En su franqueza hallé el refugio de las aves que se habían perdido y la brújula para acceder a los caminos. Él nunca supo la tregua que provocó un beso en la frente y el murmullo de un “te quiero”. Nunca dimensionó mi encuentro con todos los poemas, las fiestas de bienvenida a las canciones que murmuré bajito, atesorando la dicha de hallar nuevamente a las piedras que nadie mira.

Entonces se fue. Del manantial de dicha sólo quedó un leve hilo de comunicación donde recordaba frugalmente su sonrisa. Predominó el miedo de labrar palabras sin alas y poemas sin caminos ni flores. Me prometí a mí misma nunca jamás volver a prometerme nada, ni mirar atrás, ni añorar lo que se nos va de las manos mientras decidimos conceptualizar teológicamente qué cosas se le vuelven a uno el pan de cada día.

Sólo en el trance he entendido que no es posible decidir dejar de amar a voluntad; que esos lazos ignotos que te unen con las demás personas y con la vida se entretejen más allá de nuestras propias fuerzas; que no es posible ya guardar silencio ante lo que comunica cada latir acompasado de la vida. He aprendido a buscar canciones cuando el dolor o la desesperanza calan en mi piel, y de allá, de más arriba, alguien me hilvana la dulzura para hacer sonreír y seguir sonriendo. Tal vez nunca lleguemos a comprender el misterio de la ausencia-presencia de lo que amamos, ese sentimiento tan bivalente como inexplicable.

Es por eso que escribo. Porque me descubrí censurándome a mí misma para parecer ecuánime. Porque reprimí palabras que deseaban volar hacia el sur y cruzar fronteras. Porque este día deseé estar a su lado, auxiliándole en los detalles más tontos y triviales. Porque caminé todo el día con la esencia de su abrazo y murmuré: “en verdad, cuánto lo quiero”. Acaso transgreda en la completa ilegalidad con mis palabras, pero ¿cuál es la frontera de todas las cosas? Y además ¿qué es la realidad sino esta tentativa de sentido, mientras estamos transitando tormentas trans-oceánicas? Las palabras no son más que piedras para construir con ellas lo que sea. Son caminos y son aves.

viernes, 27 de junio de 2014

Sobre la interacción humana

Fragmentos de luz. Pedazos de significado desperdigados por todos los caminos de la vida. Astillas en la memoria. Cosas que aún duelen en los sueños y en el silencio.

En noches como esta mi alma vuela. Me embriago en un desfile de poemas; mis letras escogidas, de continuas revelaciones y el sabor de las heridas. A veces construyo embarcaciones de canciones, floto sobre el agua de los días, sosteniendo extrañas certezas que me fortifican.

Otras veces, como hoy, me es concedido acceso al corazón de mi propia conciencia; donde no hay más cobijas ni espejos; donde crecen con los días estalactitas de azul, espacios sin luz, estatuas de sal, banderas blancas y decretos de rebeliones.

De cara a mí misma descubro los territorios en los cuales naufrago voluntariamente. Ya no hay buenos ni malos, ni vencedores o vencidos, conquistados ni conquistadores. Sólo una multiplicidad de actores peleando la batalla de la vida, amordazados en sus constructos, anhelando vuelos siderales y empuñando las armas de su propia lógica y conciencia.

Lo cierto es que la interacción humana es como un par de piedras de sílex, cuyo choque produce fuego. Siempre despreciaremos los golpes, pero amamos el calor de vida del fuego durante la noche. Lo cierto es que comunicamos por el placer de entretejer la vida con más vida y de extender los sueños con otros sueños.

Frecuentemente, al pensar en esto, deseo huir a las profundidades del mar; construir una realidad alterna sin referentes previos; desarraigar las necesidades imaginadas e impuestas por el consumo; abstenerme de emitir etiquetas sobre la verdad; desestructurar el vacío y decodificar la llenura de la ausencia. Mas, nunca me ha sido posible franquear más allá del umbral de mi puerta.

Me repito: "no requiero una realidad alterna, sino sobrevivir a esta  realidad que pesa y duele; perdonar y seguir amando; no establecer límites al asombro ni dibujar verdades cuadradas; aprender a vivir con lo que me tocó y trascenderlo; darlo todo; servir en todo tiempo; entretejer a mi medida una imagen donde encarne lo que deseo ser, soy y he sido, sin entretelones; abtenerme de la infelicidad y de la angustia; mirar a los otros nunca esperando hallarme a mí misma; cazar luciérnagas por la noche; desnudarme del miedo".

Entonces comprendo que la interacción humana tiene qué ver más con nosotros mismos. Me atrevo a caminar hacia la puerta. Franqueo mis murallas. Huyo.

Entonces miro el cielo bajo la noche. Acá afuera la vida es más simple y sin contradicciones: hay golpes de piedra y fuego, mares con naufragios y rosas con espinas. Pero siempre, es más bello el calor del fuego durante la noche.

viernes, 11 de abril de 2014

Angustia


¿Y si el sol se niega a salir mañana?

¿Y si no vuelvo a disfrutar el atardecer en la ventana?

¿Y si ando por las calles, solas y vacías?

¿Y si en esta tarde sólo hubiera nieve fría?

¿Por qué al mirar él aparta sus ojos?

¿Me olvidé de poner algún par de cerrojos?

¿Y qué harán sin mí sus manos?

¿Y si su corazón queda para siempre lejano?

¿Y si olvida su abrigo, su perfume, sus pasos?

¿Y si el tiempo le cobra la factura a destajo?

¿Estaré escribiendo con suficiente dulzura?

¿Desinfecté tres veces los botes de la basura?

¿Y si regreso a aquellos dolientes caminos?

¿Qué hay más allá de las hipótesis de los destinos?

¿Y por qué duele el tiempo, el recuerdo, las ganas?

¿Y si nunca jamás se me devuelve la calma?

¿Y qué es esta angustia en medio del silencio?

¿Por qué vuelo lejos y me olvido del tiempo?

¿Qué es ese futuro gris que me atormenta?

¿Cuáles son los fantasmas que me miran de cerca?

¿Por qué no me permito sonreír este día?

¿Acaso la vida no es más que agonía?

¿Cuál es el sabor del presente y de mi esencia?

¿Me atrevo a ser libre con toda congruencia?

viernes, 21 de marzo de 2014

He venido

He venido a desdibujar tu imagen. A convencer a mi necio corazón -con excusas- que estarás bien cuando declina la tarde. Que estaré bien lejos de ti. He venido a sustraer mis sueños, en los cuales eres mejor que el más impuro de mis delirios. He venido a aprender a conceptualizarme sin ti.

Porque te miro entre espejos y no alcanzo a discernir quién eres, quién soy yo, y si esto que siento al mirarte sonreír es lo que fuimos. Por eso he venido a trazar nuevas rutas en la memoria, donde sea más fácil asimilar la realidad. Que sea todo tangible y transparente entre las manos, como el agua y la verdad.

He venido a disfrutar lentamente el encanto de que ahora a mí me toque partir. Para aprender a alejarme y enseñarme a rendir ante lo inexorable. Vine a perder la batalla y a convencerme que estaremos lejos, y no habrá más. Que la vida simplemente seguirá.

Sin embargo, te suplico que sepas que no estaré lejos cuanto más me encuentre ausente. He venido a dejar las cosas que te pertenecían para poderte desestructurar. Pero eso no implica que me despoje por completo el alma de aquellas marcas, estrellas, cicatrices que se asoman al pensarte. He venido a reaprender la palabra Libertad.

He venido a tranquilizar el torrente de preguntas que siempre  acompañan mis divagaciones diurnas. Porque mientras menos te sienta, aquí cerca, será más fácil recuperar la llave y la escalera y el mar que un día se me perdieron, porque te fuiste.


miércoles, 19 de marzo de 2014

Vigésimo Séptimo Recuento

Conforme pasa el tiempo, uno se da cuenta que cada año que transcurre el motivo de las celebraciones de vida pasan a ser más que el pastel incendiario y la canción de feliz cumpleaños que resuena como estacas de luz en la memoria.

Uno se da cuenta que el motivo para celebrar está tatuado en las manos, en los pies y en los ojos. Y poco a poco la alegría de romper piñata y compartir con los amigos de escuela el frenesí de la fiesta se desdibuja como la brisa en la playa.

Y sí, uno recuerda las piscinadas que organizó en el patio de su casa, la pinta de la escuela con guerra de globos incluida o la piñata que atentó contra la vida de la cumpleañera o el primer viaje pata de perro que inauguraría toda una vida de espíritu aventurero. Y uno hace el recuento de los momentos que se sintió miserable, aquellos en que la adrenalina se apoderó del cerebro buceando al borde de la plataforma continental, de los días en que enmudeció el corazón a causa del miedo y la cobardía, llegan los sitios vacíos de memorias dolorosas y los espacios ausentes de personas amadas que ya partieron.

Uno mira todas estas cosas y se da cuenta que el motivo para celebrar está tatuado en las manos, en los pies y en los ojos. Entonces parece suceder que se enciende una estrella y resulta que uno suspira con alivio, puesto que todo ha tenido un sentido.

Y al final del día celebramos las jornadas que han trabajado nuestras manos, los proyectos que emprendimos y ganamos, un tanto más por aquellos en los que fracasamos. Uno se mira las manos y celebra cuántas cicatrices, las deformaciones que el tiempo ha marcado en ellas (porque se puede aparentar ser más joven en el rostro, pero no en las manos que nunca mienten). Uno se mira las manos y dice: Dios me ha hecho fuerte.

Y al final del día celebramos lo que han andado nuestros pies. Los kilómetros que trotamos, anduvimos, condujimos o volamos. Las rutas que se abrieron como horizontes inexplorados en la memoria. Celebramos que hemos caminado: en círculos, zigzagueando o derechito, nos hemos movido. Y aunque no haya sido fácil transitar algunas veredas, reconozco que hubo días donde no se presentó tropiezo y calzada de paz fue mi senda, también caminé por valles y escalé allá lejos, donde yo misma creía que era infranqueable (porque se puede aparentar ser culto, pero nunca podríamos inventar la trama de toda una vida de experiencias). Uno mira sus pies y las huellas premonitorias y dice: Dios me ha hecho fuerte.

Y al final del día celebramos la belleza que han atesorado nuestros ojos. Que somos partícipes de nuestro entorno bebiendo lentamente sus formas. Que ver el dolor del mundo se sigue sintiendo como una espina aguda en el corazón y en la memoria. Y hemos visto amaneceres y atardeceres sin número, cosas –personas, música, lugares, circunstancias– cuya hermosura nos hizo detener la respiración, momentos de sombra y contrastes de luz. Uno da gracias porque a pesar de tanto se puede sostener la vista con la misma esperanza y fe (porque se puede aprender a mirar firme mientras uno miente, pero nunca abrir grandes y líquidos un par de ojos tatuados de asombro e inocencia). Uno mira sus ojos y dice: Dios me ha hecho fuerte.

Conforme pasa el tiempo, uno se da cuenta que cada año que transcurre se gana más de lo uno cree perder en las batallas de la vida cotidiana. Y que valió la pena ese dolor que uno pensó que nunca aguantaría. Y que se puede aprender a ser firme y a desatar las cadenas. Y que se puede vivir en libertad. Y que es posible encontrar ese cachito de corazón que le arrancaron las pruebas. Y que al final del día aquello por lo que peleábamos y suspirábamos encontrar, ya ha sido hallado.

martes, 4 de febrero de 2014

Apología número tres

No me basta saber que ya te vas.
Acaso preferiría tu ausencia plena
pero no ese leve hilo de comunicación
donde recuerde frugalmente tu sonrisa.

No me basta la distancia trazada
en tus ojos / cada tarde al despedirte.
Aún me resisto a creer que será posible
seguir riendo, de tarde en tarde,
a través de oscuros caminos virtuales.

O abrazarte digitalmente,
apretándote fuertemente a mi añoranza.

Y yo me quedaré aquí
consolando recuerdos que desean tu dulzura.
Entretejiendo horas donde no quede
espacio para pensar de más,
donde no quepa el mar,
o esa ansiedad de encontrarte.

Sonreír hoy junto a ti es como beber
lentamente / una copa de silencios que aún no llegan.
Una amistad condenada a la ausencia.
Que ya no sé si es mejor hacerla morir
o vivirla eternamente condenada.

No me basta saber que ya te vas.
Que después de esto sólo podré
conceptualizarte / en lejanas cartografías.
Que serás tú sin ser más.
Que no habrá aquí más espacio
ni tiempo que te defina.

¿Y que haré yo aquí, amordazando preguntas?
Curiosidad de gato que me llevará a la muerte.
Me quedaré en medio del camino, cantando.
Más allá de las espinas.
Sin tacto.
Sin brújula.
Sin suerte.

[En memoria de las cosas no-dichas]