Tú estabas
ahí cuando se encendió mi estrella, en medio de la noche y el silencio de los
mares.
Tú estabas ahí
cuando mi corazón latió por primera vez, como una onda expansiva de canciones
siderales.
Tú estabas
ahí cuando aprendí a sonreír, cuando descubrí el sol, cuando mis piernas fueron
fuertes y corrí libre por un campo verde y húmedo.
Tú estabas
ahí cuando el regazo de mi madre era el sitio más dulce, cómodo y perfecto. Cuando
en los brazos de mi padre me sentía segura y poderosa.
Tú estabas
ahí cuando tarareaba la vida en el timbre de una bicicleta. Cuando dormía bajo
los árboles, cazaba peces en el mar, cuando podía hablar con la selva.
Tú estabas
ahí cuando mis ojos no lograban aprisionar la belleza de las noches de luna y
constelaciones de estrellas, cuando extendía mi mano al infinito y podía
tocarte.
Tú estabas
ahí cuando también llegó el dolor. Cuando conocí la ausencia, el vacío y la
desesperación. Cuando llegó la tormenta a azotar mi puerta y mi cuerpo fue
aplastado bajo la violencia.
Tú estabas
ahí las tardes que guardé silencio mordiéndome los labios, llena de miedo, con
ansias de huir, ganas de matar o de morirme.
Tú estabas
ahí ante las cosas que no comprendía. Estabas ahí, afirmando mi voz y mis
pasos. Guardando mi tiempo, y mí espacio.
Tú estás
aquí, justo ahora que trato de conceptualizar mis heridas, estás de pie
tranquilizando mis constantes cuestionamientos, abriendo ventanas donde se
acabaron mis salidas.
Tú estás aquí
justo ahora que me da miedo seguir adelante, que me debato a muerte con la vida
en el areópago de los delirios.
Estás aquí. Y
descubro que poco importa lo que fue o lo que fui, que ya no importa lo que soy
o que seré. Me basta hallarte en esta tarde. Estas aquí.